Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

RIRCA recomienda: operas primas (I)

Todos los artistas afirman que enfrentarse a la realización de su primera obra es una de las cosas más difíciles que han hecho. Una ópera prima es una carta de presentación, una declaración de intenciones. Para explicar eso, no hay nada mejor que las palabras del cineasta Andrei Tarkovsky explicando qué significó para él realizar La infancia de Iván, su primer largometraje:

«Sinceramente, yo quería que las experiencias de aquella primera película me ayudaran a aclarar si yo tenía capacidad para ser director de cine. Por eso bajé la guardia, e intenté no exponerme a presión alguna, penetrando yo mismo por completo en aquella película. Entonces pensaba de la siguiente forma: «Si de esta película sale algo, he obtenido el derecho a hacer películas.» Precisamente por ello, La infancia de Iván tuvo para mí una importancia especial. Consideraba esta película como un examen final que aseguraba mi derecho a trabajar de modo creativo.»  (Esculpir en el tiempo, 1985)

Si bien es cierto que crear tu primera obra puede ser un proceso duro, otros tantos artistas intentan quitarle importancia afirmando que, a pesar de tener una gran responsabilidad y presión por parte del público, crítica y otros profesionales del sector, a la ópera prima de un artista se le permite cometer una serie de errores. Por el contrario, hacer la segunda obra es aún más duro que hacer la primera, pues, si esta fue un éxito, la siguiente debe cumplir y superar las expectativas.

A pesar de grandes fracasos de artistas que, en su primera incursión al mundo del audiovisual, no consiguieron alzar el vuelo, hay muchos ejemplos de óperas primas que han pasado a la historia como obras maestras que han demostrado las grandes capacidades artísticas de sus creadores. A continuación les recomendaremos unos cuantos de estos ejemplos:

Guillermo Amengual: El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973)

La producción de El espíritu de la colmena vino precedida de Los Desafíos (1969), un largometraje producido por el célebre Elías Querejeta -conocido por financiar los arriesgados proyectos de Carlos Saura, Jaime Chávarri o Fernando León de Aranoa- formado por tres breves historias dirigidas por José Luis Egea, Claudio Guerín y un cineasta novel llamado Víctor Erice. Pese a la buena calidad que había demostrado este joven director vasco, Querejeta no tenía del todo claro qué tipo de películas le convenía realizar allá por los años 70. Si bien Carlos Saura le traía cierto prestigio y ganancias económicas, era difícil decidir en qué proyecto apostar para no caer en banca rota. La sencillez de la historia propuesta por Víctor Erice hizo que se decantara por la producción austera de este film, sin demasiadas pretensiones de que llegase a convertirse en lo que se ha convertido: una de las películas españolas más celebradas internacionalmente.

En El espíritu de la colmena, Víctor Erice, toma como punto de partida la proyección de la película El monstruo de Frankenstein (James Whale, 1931) en el teatro de Hoyuelos, un pueblo de la meseta castellana, en el año 1940. Un gran furgón trae el proyector y las latas del film mientras es seguido por los niños del pueblo. La gente entra con ilusión al teatro, dispuesta a dejarse llevar durante un par de horas por la película. Entre los asistentes, destacan dos niñas de 6 y 7 años, Ana e Isabel. Son hermanas y han entrado a la proyección junto a otros tantos niños. La película comienza y el monstruo de Frankenstein no tarda en causar sensación en los espectadores. En una de las escenas más icónicas del film, la criatura intenta jugar con una niña a la vera de un lago, pero su ingenuidad hace que acabe matando a la pequeña. El rostro de Ana al ver esas imágenes es de estupefacción, de puro terror, pero también inspira cierta atracción por aquello desconocido que le ha sido revelado, por la materialización de la muerte.

Desde ese momento, la niña, querrá saberlo todo sobre los espíritus y las criaturas sobrenaturales. Su hermana, más mayor y traviesa, avivará el fuego de la curiosidad de Ana a través de mentiras e historias que la más pequeña creerá a pies juntillas. Erice profundiza en los sentimientos de Ana, llenos de curiosidad y deseo de descubrir, pero también dará espacio al retrato de la vida adulta a través de los padres de las dos hermanas. Él, el padre, interpretado por Fernando Fernán Gómez, y ella, la madre, interpretada por Teresa Gimpera, parecen ser adultos estancados y reprimidos por los estragos de la Guerra Civil y la dictadura de Francisco Franco. Se dedican a cuidar de su casa y a trabajar, pero apenas comparten espacios comunes. En el film, viven en soledad, siempre esperando algo. Sobre todo en el caso de la madre, a quien vemos escribir una carta a un desconocido personaje.

Víctor Erice hace uso de la austeridad y la precariedad de recursos para construir un relato minimalista y poético sobre la fascinación por el cine y cómo el arte puede llegar a ser el reflejo de nuestros sentimientos más íntimos y secretos. Y, desde luego, es uno de los retratos más puros de esa etapa tan añorada, confusa y mágica que es la infancia; arrebatada antes de tiempo, en muchas ocasiones, por el egoísmo y la incivilización de los adultos. El espíritu de la colmena es el retrato de dos mundos, el de la infancia y el de la vida adulta, a la aventura por descubrir en qué momento se produce el cambio entre uno y otro.

Patricia Trapero: Absentia (Mike Flanagan, 2011)

No cabe duda de que Mike Flanagan se ha convertido en la última década en uno de los nombres asociados al género del terror. La crítica especializada lo califica como de maestro del género llegando a acuñarse un concepto, el del universo Flanagan, que implica de manera esencial la existencia no solo de la plasmación en sus películas de los recursos narrativos de este género —ya sean guiones originales o especialmente adaptaciones— sino especialmente unas formas visuales y estéticas perfectamente reconocibles. Pero no siempre los comienzos de los creadores son brillantes o sus operas primas poseen una calidad extraordinaria. Tal es el caso de Flanagan de quien Absentia (2011) es, sin duda, su peor película.

Sin embargo, nos parece extraordinariamente interesante ver el salto cualitativo de Flanagan desde una primera película que tiene toda la factura de ser el film de un estudiante casi recién salido de la escuela de cine. Así, Absentia sitúa su acción en un barrio de las afueras de Los Ángeles presentando, en medio de los títulos de crédito, a Tricia Riley  (Courtney Bell) colgando en los postes de su barrio la fotografía de su esposo Daniel (Morgan Peter Brown) desaparecido misteriosamente. Igualmente en estos fragmentos visuales asistimos a la llegada de la hermana de Tricia, Callie (Katie Parker) y, de manera especial, se insiste en la perturbadora presencia de un  angosto pasadizo que hipotéticamente es un lugar de paso entre dos zonas de la ciudad. De este modo, todos los elementos del film se clarifican en los primeros minutos de Absentia. A partir de este momento, la película desarrolla un argumento misterioso y sobrenatural en la que la maldad no aparece en ningún momento, solo se intuye y donde los necesarios jump scare del género del terror son manidos o directamente desaprovechados. La cinta está, pues, plagada de clichés narrativos y estéticos así como de una interpretación con fuertes dosis de «amateurismo». Pero no cabe duda de que en Absentia hay elementos que apuntan maneras, quizá demasiados elementos esbozados para un metraje de apenas 92 minutos y con un presupuesto de 70.000 dólares.

El visionado de Absentia lleva de manera indefectible a ver cuál ha sido la trayectoria de este director que, en poco más de una década ha evolucionado de manera increíble y sin traicionar los elementos que aparecen, desperdigados eso sí, en una primera película premiada en los circuitos más indies del género del terror. Es impactante el salto cualitativo que se aprecia en su segunda película, Oculus (2013) a la que seguirán en tan solo cinco años la home invasion de  Hush y  sus films del género del terror: Ouija (2016), Somnia (2017) y la más que espectacular Gerald’s Game (2017). Una consolidación de Flanagan en la dirección que tiene su punto máximo en la ficción televisiva con The Haunting of Hill House (2018), The Haunting of Bly Manor (2020), Midnight Mass (2021) y The Fall of the House of Usher (2023) con una incursión fílmica con Doctor Sleep (2019) a la que sigue la actual preparación de The Life of Chuck.

Y es que el repaso a las filmografías —lo más completa posible— de directoras y directores es un ejercicio muy saludable.

 

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