Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

En contra de la leyenda: «Nina» (Andrea Jaurrieta, 2024)

Debo confesar, y les pido perdón por el tono personal y subjetivo que voy a tomar en gran parte de este texto, que el trailer de Nina (2024), la nueva película de la cineasta Andrea Jaurrieta, me entusiasmó por como se (me) presentaba como la promesa de un neo-western que tomaba de protagonista a una misteriosa mujer, interpretada por Patricia López Arnaiz, que regresaba a su pueblo natal para saldar cuentas a través de la violencia. De alguna manera daba la impresión de que se trataría de la historia de algún tipo de asesina a sueldo de pocas palabras y gran templanza. Nina no trata de eso. Se acerca y se aleja a la vez de esa impresión que me dio el trailer; que siempre suelen jugarme malas pasadas. Por ello, cuando la vi, aunque salí de la sala con buena impresión, no pude evitar sentir un extraño sabor de boca.

La película de Jaurrieta trata de una actriz que regresa a su pueblo natal para preparar un personaje de su próxima obra, aparentemente. Allí se reencontrará con gente de su pasado, viejos amigos que la han echado de menos y otros tantos conocidos que han hecho por olvidarla. Pero ella, desde luego, no olvida. Tiene marcado a fuego el recuerdo de cómo el padrastro de su novio de adolescencia, un afamado escritor, se aprovechó de su edad para mantener relaciones sexuales en secreto y, desde luego, abusar de ella. Al conocer que todavía sigue viviendo en el pueblo, Nina, decide vengarse de todo el daño que le causó.

Si bien se reconocen influencias a westerns míticos como Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954) o Río Bravo (Howard Hawks, 1959), creo que la constante interpelación y comparación a este género por parte de las críticas y, sobre todo, a las cintas clásicas (hablo de las de directores como Ray o Hawks, ya citados, pero también de las de Zimmerman, Ford o Walsh) no le ha hecho mucho bien a la película. En su protagonista apenas se reconoce la figura del héroe impasible, misterioso y tenaz que puebla las cintas de los realizadores mencionados. En la primera secuencia de Nina, aparece la protagonista en la oscuridad, vestida de rojo, bajo la lluvia. Pero no se trata de una lluvia que acompañe a la silueta de una pistolera imbatible ni a su cometido, es una lluvia que la entorpece, que hace que tiemble, que se resbale, que dude. Uno siente cierta lástima por ella.

Nina es un personaje misterioso, opaco y violento; pero también percibimos, desde el primer momento, sus debilidades y miedos que hacen de ella un personaje tremendamente humano.

El uso constante de la elipsis, en este caso hablo de los flashbacks, en cierta medida, también niega ese aura de mito que tienen los grandes westerns clásicos. Aquellos que dejaban el retrato del pasado a los gestos del presente. Recordemos, en este caso, aquella escena de Centauros del desierto (John Ford, 1956) en la que Ethan, interpretado por John Wayne, recogía su chaqueta de las manos de la mujer de su hermano, a quien habíamos visto acariciar la prenda unos cuantos minutos antes. Un simple gesto valía para retratar el pasado de esos dos personajes. En Nina, aunque también hay cierto cuidado del gesto como cicatriz del pasado, se recurre con asiduidad a la elipsis y a transportarnos a un pasado que vemos y oímos, que palpamos.

Sin embargo, y pese a que me hubiese gustado sobremanera que Nina hubiese sido un film mucho más cercano al western clásico, mucho más mítico y místico; debo decir que, después de pensar mucho en la película, considero que la aproximación de Andrea Jaurrieta a esta historia es una decisión igual de valiente y de prestigiosa, o más, de la que podría haberme imaginado.

Si bien el western clásico promete historias míticas con personajes misteriosos, impasibles e intocables que llegan a un lugar para restaurar la paz que han sido comparadas y definidas en múltiples ocasiones como sucesoras de la mitología griega, también promete, y no quisiera que se me entendiera mal, engaños y falsedades. Cuentos e historias que no sucedieron y que, en ese ejercicio de transformar la historia en leyenda también ocultan otras verdades. De esto ya habló el maestro John Ford en películas como Fort Apache (1948), cuyo final es quizá uno de los más desesperanzadores de la historia del cine, y, sobre todo, en El hombre que mató a Liberty Valance (1962) donde, también en su desenlace, se dice aquella frase de que «cuando la leyenda se convierte en hecho, imprima la leyenda», cuando el personaje de James Stewart confiesa que uno de sus logros más aplaudidos no fue realizado por él.

Pese a que Nina pueda parecer en algunos aspectos algo obvia y explicativa, también deja gran lugar al gesto, a la contemplación y al misterio.

Creo ciertamente que Nina es la verdadera respuesta a la frase citada de Liberty Valance, pues su principal objetivo es atacar de lleno a eso que llamamos «leyenda» y que encarna el personaje del afamado escritor; interpretado por Darío Grandinetti. Este hombre, repugnante y vil, se labra su papel de leyenda de la escritura. Parece que es alabado por la crítica y los lectores. Escribe con asiduidad y tiene éxito en sus ventas. Hasta los habitantes del pueblo le piden hacer el pregón de las fiestas. Este escritor ha construido una imagen mítica, una imagen mítica sobre él, pero la cruda verdad que la leyenda impide que veamos (y sepamos) es la verdadera historia de un abuso, de una violación. Este escritor representa a todos esos (muchos) «famosetes» que han sido alabados y cuyas leyendas han ocultado historias verdaderamente aterradoras. Gente a la que debemos denunciar sin remordimientos. Sin ir más lejos, podríamos pensar en el caso del director Carlos Vermut. Por ese motivo el personaje de Patricia López Arnaiz debe ser, ante todo, humano y debe representar la verdad, el hecho, y no la leyenda. Un personaje a la que debemos apoyar y proteger. Aunque sí pueda ser un personaje, en ocasiones, misterioso es un personaje construido con humanidad y sentimiento. No quiero decir, ni mucho menos, que los héroes del western clásico no lo sean, al final siempre se les descubre su lado más emotivo, pero tienen un recorrido y una representación en el plano muy diferente a la Nina de Jaurrieta. Esta idea me ha vuelto a reconciliar con este film.

Darío Grandinetti interpreta a un personaje tristemente asiduo tanto en la ficción como en la vida real: una persona vil que se aprovecha de su fama, de su condición de leyenda, para aprovecharse de los demás.

En su crítica sobre la película, Aarón Rodriguez Serrano, afirmaba que «Nina demuestra que una película puede estar en el centro mismo de los debates sociales y políticos que están tomando cuerpo en nuestros días –el consentimiento, de nuevo, como eje de la experiencia contemporánea—, y sin embargo, no sacrificar en ellos su compromiso formal ni su buen hacer en el relato». Y es que es cierto que Jaurrieta mantiene una puesta en escena muy bien medida tanto por la precisión del cuadro como por la del montaje, con la que llega a generar secuencias de una gran maestría a través de esos flashbacks de los que hablaba. Me refiero, por ejemplo, a esa persecución que ocurre a mitad del film o a la secuencia donde suceden las fiestas del pueblo que resuena tanto a Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956). Sin embargo, sí considero particularmente que ciertos flashbacks resultan un tanto innecesarios teniendo otros recursos mucho más interesantes. Sin embargo, como digo, es una película muy interesante que merece la pena ver para poner encima de la mesa y cuestionar esas leyendas que enmascaran injusticias terribles.

 

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