Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Los difusos límites entre la realidad y la ficción: «Manh(a)ttan» (WGN America, 2014-2015)

Hoy hace un año exacto del estreno de dos de las películas que marcaron el 2023. Tanto Barbie (Greta Gerwig)  como Oppenheimer (Christopher Nolan) se convirtieron, por motivos muy diferentes, en fenómenos industriales, estéticos y, especialmente mediáticos y de marketing  tal como se mostró en la creación viral del llamado fenómeno Barbenheimer. Pues bien, a raíz del éxito popular y de la enorme cantidad de premios más que merecidos del film de Nolan, las cadenas televisivas se volcaron en emitir documentales acerca de la personalidad del creador de la bomba atómica, de su juicio político/ético o de los entresijos del «Proyecto Manhattan», por una parte, pero también se dedicaron a recuperar ficciones televisivas previas con la misma temática y protagonistas, por otra parte. En ambos casos, como consecuencia de la conversión de Oppenheimer en un fenómeno cultural masivo que será tomado como referencia para la propaganda y enganche de los espectadores. Una de estas series es Manh(a)ttan, cuya recuperación por parte de Prime Video y Filmin es recogida ampliamente en la prensa con claves concretas establecidas en comparación con el film de Nolan y con titulares como «el drama olvidado sobre la creación de la bomba atómica», «la serie que se adelantó a Oppenheimer» o «cómo hacer que la bomba atómica sea para todos los públicos». Estos tres ejemplos —cuya esencia hemos señalado en cursiva— implican, pues, el alcance mediático de la película protagonizada por Cilian Murphy. Una recuperación que no ha alcanzado a la miniserie Oppenheimer (BBC-WGBH, 1980) protagonizada por Sam Waterston.

La base del «Proyecto Manhattan» en los Álamos

La serie creada por Sam ShawMasters of Sex (2013-2016), Castle Rock (2018)— se desarrolla en dos temporadas de trece y diez episodios respectivamente. Situada en las instalaciones militares de los Álamos en los 766 días previos a la explosión nuclear de Hiroshima, la serie tiene dos líneas argumentales esenciales centradas en el desarrollo científico del «Proyecto Manhattan» que, bajo las órdenes de Robert Oppenheimer, se divide en dos grupos de trabajo con finalidades diferentes; y la vida de las familias de estos que se trasladan a las instalaciones desconociendo el contenido de los experimentos y viviendo no solo bajo condiciones deficitarias sino especialmente siendo controladas y aisladas del mundo exterior. El punto de partida de la serie resulta, así, más que interesante dado que se plantea la instalación como un espacio hostil y esencialmente claustrofóbico que incide en las relaciones personales de todos sus habitantes que se convierten en daños colaterales de los experimentos. Y también el punto de partida de la serie resulta una combinación de elementos con base real y de elementos absolutamente ficcionalizados. Y nos referirmos al punto de partida porque la serie va a ir de un interés por las situaciones vividas por los personajes en la primera temporada a un desarrollo excesivamente sentimental  con tintes a veces freudianos que devalúan extraordinariamente el mensaje subyacente de la serie en su segunda temporada. No es de extrañar, así, la cancelación de Manh(a)ttan por el descenso de las audiencias.

Frank Winter (John Benjamin Hickey) lidera la investigación nuclear de implosión

Es evidente que cualquier producto audiovisual de los géneros del biopic o de los period drama no debe ser considerado como un documento histórico. Tampoco pretendemos hacer una lectura en este sentido de la serie, pero sí plantear los difusos —y peligrosos o desiguales— límites entre la realidad y su ficcionalización ya sea en la construcción de acontecimientos con un sustrato ideológico-crítico específico o todo lo contrario,  o en la creación de nuevos personajes y su evolución de acuerdo con las acciones y con el resto de ellos. Justamente esta desigualdad marca la evolución de Manh(a)ttan cuya primera temporada escenifica la pugna entre dos grupos de científicos, el primero, encabezado por Reed Akley (David Harbour) que pretende crear un arma de fisión de tipo balístico mientras el segundo, liderado por Frank Winter (John Benjamin Hickey), se centra en la consecución de un arma nuclear de implosión. Entre ellos se sitúa el joven y arribista Charlie Isaacs (Ashley Zukerman). Dos  grupos reales —como lo son las distintas fases recogidas en la serie: Thin Man, Little Boy y Fat Man—  en el proyecto original pero encarnados en innecesarios personajes ficticios que únicamente sirven para escenificar una rivalidad caníbal y tóxica a lo largo de toda la serie al tiempo que  sirve para construir la dicotomía maniquea entre los villanos y el héroe trágico. Un planteamiento que, ayudado por constantes deus ex machina,  desdibujan a los personajes haciéndolos extremadamente monolíticos.

Henry Lloyd como el británico Paul Crosley quien pivotará entre los dos grupos de trabajo

Y nos hemos referido a una innecesaria creación de personajes ficcionales en los equipos de investigación de la que solo se libra Robert Oppenheimer (un más que insulso Daniel London) porque el casi estricto mantenimiento de las líneas maestras de los acontecimientos históricos se ve extraordinariamente matizado por la construcción melodramática tendente al culebrón de la serie. Así se aprecia en el despliegue del espionaje dentro de las instalaciones de los Álamos donde asistimos a dobles y hasta triples esquemas protagonizados por infiltrados soviéticos y colaboradores británicos que quieren ganar —infructuosamente, claro está— a los americanos los planos de la bomba atómica, infiltrados americanos en la Alemania nazi y a la inversa y así sucesivamente. Además, como no podría ser de otro modo, de  la aparición de los planteamientos conspirativos del gobierno estadounidense y de la CIA que no solo quiere dar una lección de supremacía a los japoneses con un ataque preventivo a pesar del suicidio de Hitler, sino que empiezan a plantear el lucrativo negocio armamentístico de destrucción masiva. Sin embargo, estos esquemas inmersos en el más puro planteamiento del género noir se ven ahogados por la interferencia de los elementos sentimentales/sexuales que los desencadenan y que, en buena medida, tendrán como crisol al personaje de Abby Isaac (Rachel Brosnahan) estratégicamente situada en la central telefónica —donde las trabajadoras están obligadas a oír las conversaciones por si se producen traiciones—  se entera de todos los entresijos de parejas y tiene la habilidad de intervenir siempre de manera desafortunada en la vida privada de los personajes con consecuencias aparentes en la acción principal que son subsanadas de manera inmediata con nuevos deus ex machina de manual aceptados sin rechistar por ella y el resto de personajes que la acompañan.

La primera temporada describe la vida de las mujeres en «The Hill»

Los personajes de Abby Isaac y Liza Winter (Olivia Williams) serán quienes presenten la vida de las esposas de los científicos que trabajan en los Álamos. Mientras la primera no parece en principio excesivamente disgustada por la situación, la segunda, doctora en biología cuestiona el secretismo estatal con las familias que se ven obligadas no sólo a abandonar sus puestos de trabajo como es su caso sino a vivir en condiciones que califica como de infrahumanas en infraestructuras deficientes. Este planteamiento tendrá una especial incidencia en la primera temporada donde las dos líneas temáticas de la serie resultan equilibradas de tal manera que la pugna científica se combina con la presentación de las situaciones que viven las mujeres. De este modo, éstas van a enfrentarse a un control  orwelliano que incluye un test de detección de mentiras a su llegada, a constantes fallos médicos, a cortes del suministro de luz y agua y, de manera especial, a tener partos difíciles de hijos nacidos con grados elevados de radiación como también sucede con los científicos del proyecto. A ello se une el ejercicio de la prostitución por parte de algunas mujeres, especialmente las militares, como modo de subsistencia. En definitiva, en la primera temporada se esbozan muchos de los elementos que configuran la cotidianeidad de la vida en «The Hill» que se romperán estrepitosamente en la segunda entrega en la que Abby utiliza las conversaciones privadas de Oppenheimer con su amante Jean Tatlock para conseguir que su marido se haga cargo del proyecto Manhattan a pesar de que sus acciones implican un coste personal importante aunque dramáticamente incongruente y momentáneo. A pesar de ello, este personaje resulta ser el más coherente dentro de la evolución de la serie, algo que no sucede con Liza quien de ser una rebelde que cuestiona el funcionamiento de la base pasa a estudiar —por puro placer, sin apoyo ninguno y sin ninguna trascedencia conceptual— los efectos de la radiación en la flora de la zona. Tanto en una como en otra se diluyen las críticas a las consecuencias del proyecto Manhattan a pesar de que se mencione de auténtica pasada la creación de una historia oficial no ajustada a la realidad del campo militar.

Frank Winter y Robert Oppenheimer en un momento de la primera temporada

Pero sin duda, uno de los aspectos que llama más la atención de Manh(a)ttan es la no presencia de Robert Oppenheimer. Algo que realmente es de agradecer porque la interpretación de Daniel London es realmente insulsa como el diseño de su personaje. Y, si bien los guionistas pueden permitirse todas las licencias posibles en la ficcionalización de sus personajes e historias, no cabe duda de que Oppy es esencialmente vapuleado en la serie por la que deambula literalmente como una especie de alma en pena con su sombrero característico que es usado casi como un cliché fácil para ubicarlo en el entorno. Oppenheimer es, de este modo, científicamente inexistente en el proyecto Manhattan siendo calificado por sus subordinados paradójicamente como un hombre con encanto, que tiene amigos poderosos a los que como buen vendedor que es sabe convencer. Lo cierto es que estas afirmaciones no se ven por ninguna parte, tal como hemos dicho. A ello se une su descripción como obseso sexual y fetichista en su relación con Jean Tatlock de tintes freudianos y subversivos al ser ella perteneciente a un grupo comunista. La muerte de la joven sumirá a Oppenheimer en una profunda crisis existencial conducente a la dejación de las pocas funciones que le asigna la serie y que recaerán en Charlie Isaacs y, por extensión, en Frank Winter. Todo ello, independientemente del acuerdo o desacuerdo en el tratamiento del personaje de Oppenheimer, incide en la innegable  voluntad de la serie de dar círculos en torno a los dos personajes centrales tal como se aprecia desde los primeros episodios de su primera entrega trazando un diseño argumental que rompe el equilibrio dramáticamente deseable entre la realidad —por muy parcial que esta sea— y la ficción.

Una de las escenas finales de la segunda temporada de Manh(a)ttan

Manh(a)ttan es una serie con una premisa interesante que se va desinflando paulatinamente convirtiendo su segunda entrega en un cúmulo de tópicos más cercanos al culebrón que a un period drama como es calificado.  Una auténtica lástima ya que su argumento podría haber dado lugar a una revisión quizá más crítica (o totalmente laudatoria) del significado del proyecto creador de la bomba atómica. Y también es una auténtica lástima  la infravaloración de los actores y actrices que participan en ella encarnando a personajes que resultan ser de escaso interés o de los que la serie se deshace demasiado deprisa. En este sentido, es especialmente destacable el trabajo de Rachel Brosnahan pero también de la participación de actores de la talla de Bill Camp, Neve Campbell y del siempre magnífico Justin Kirk.

 

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